En lo que va del año, cerca de 17 mil hectáreas de bosque fueron avasalladas por el fuego
en la Patagonia argentina, extendiendo el daño a sectores urbanizados. Investigadoras del
INIBIOMA ponen el foco en el control de especies vegetales foráneas que, con cada
incendio, avanzan sobre los bosques nativos y el equilibrio de los ecosistemas. Diversas
especies de pino tienen presentan una gran adaptación al fuego y, luego de un evento de este tipo, logran
ganarle terreno a las especies nativas. Foto: gentileza investigadoras.
– En las últimas semanas, distintas regiones
de Río Negro y Chubut fueron escenario de graves incendios forestales en zonas de interfaz
urbana, dejando un saldo de más de 350 viviendas destruidas, varias personas heridas y 3
fallecidos.
Se trata de eventos, en su mayoría intencionales, que tienen cada vez mayor frecuencia e
intensidad y, dependiendo de dónde se originen, pueden tener mayor o menor poder de
destrucción. Ante este escenario, investigadoras del Instituto de Investigaciones en
Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA-CONICET-UNCOMA) apuntan a prevenir el
potencial de daño de los incendios sobre la base de tres pilares: control de especies foráneas,
planificación urbana y (mucha) educación ambiental.
“Hace algún tiempo nadie percibía a los pinos como un elemento extraño del paisaje, asociado
a la degradación ambiental, en la reserva de la biosfera de la región andina norpatagónica.
Esto nos llevó a pensar cuán importante es tener el consenso de la gente, difundir de qué se
trata esta situación ecológica para poder tomar medidas conjuntas de remediación y
prevención de incendios”, adelantó la investigadora Jorgelina Franzese a la Agencia CTyS-
UNLaM.
Invasión silenciosa
A la hora de pensar en la naturaleza, y en particular en el paisaje andino patagónico, pocas
imágenes son tan directas y elocuentes como el pinar erigiéndose en la ladera de una
montaña o en la orilla de un lago azul. A partir de ahí, resulta difícil pensar a esta especie,
ícono predilecto de lo silvestre y lo invernal, como algo que, naturalmente, no debiera estar
ahí.
Los pinos, especies leñosas oriundas del hemisferio norte, fueron introducidos durante el siglo
XIX y, como actividad productiva forestal, en la segunda mitad del siglo XX. Desde entonces,
estas poblaciones de árboles, con una gran capacidad de adaptación al fuego, fueron
invadiendo con su presencia en todas las direcciones, reduciendo el terreno disponible para
las especies nativas.
“Muchas de estas plantaciones antiguas no fueron manejadas y quedaron como un legado del
que ahora estamos viendo las consecuencias. Estas unidades de vegetación por pinos
constituyen un combustible mucho más inflamable que las especies que dominan el bosque”,
explicó Franzese a la Agencia CTyS-UNLaM.
Según Franzese, una vez en contacto con el fuego, esta gran cantidad de follaje disponible
propaga las llamas con una extensión devastadora, a la que la vegetación nativa no puede
reponerse fácilmente. Es así que, con cada incendio, los pinos le van quitando espacio al
bosque nativo y su biodiversidad, extendiéndose por toda la superficie y generando más
combustible aún.
“Todas las especies de pinos presentes en Argentina están, sin dudas, adaptadas a un
régimen diferente de ignición que el de las especies locales. Como hay pinos que copan todo
en el post fuego, intervienen directamente con la regeneración de especies nativas que
pueden haber quedado en el banco de semillas, y eso cambia completamente las
características del ambiente”, sumó, por su parte, la investigadora Melisa Blackhall.
En ese sentido, señalan que la competencia es feroz. Por ejemplo, en un estudio llevado
adelante en la localidad de Puerto Patriada, Chubut, las investigadoras observaron la
velocidad de germinación y crecimiento por año de una especie de pino frente a la del ciprés,
un árbol nativo, y, mientras el primero crecía alrededor de un metro por año, el segundo
apenas lograba ganar unos pocos centímetros de altura en el mismo periodo.
Actualmente, el equipo de las investigadoras estudia qué otros daños asociados a la
proliferación de pinos ocurren en el ambiente. Entre otros aspectos, tratan de discernir si el
pino afecta al balance hídrico de la región, al absorber y transpirar parte del agua disponible
para la población local.
Preparar el terreno
Con esta información, las investigadoras resaltan que es imprescindible contar con un
monitoreo de las poblaciones de pinos y su distribución, y controlar las invasiones en función
de parámetros de riesgo. Por ejemplo, gestionar la propagación de especies de pinos,
primero, en aquellos lugares donde hay población asentada. Así, ante la ocurrencia de un
incendio, se disminuirá la posibilidad de daños graves.
“El manejo de la vegetación –amplió Blackhall- permite controlar qué tipo de comportamiento
va a tener ese fuego. En las plantaciones abandonadas, las ramas llegan hasta el suelo, hay
mucha hojarasca y hojas secas por todos lados que, de no ser tratada, pueden empeorar el
escenario, correrse a áreas de reserva o, en el peor de los casos, trasladarse a zonas de
interfaz urbana”.
“Lo que pasó ahora fue una bomba de tiempo, era lo que todo el mundo temía que pase. Por
ejemplo, en cercanías de El Hoyo, en Chubut, hay muchas plantaciones de pinos
abandonadas que, obviamente, no son las causas del incendio, pero que, una vez que se
prenden, el fuego adquiere tal magnitud por lo que conlleva esta alta carga de combustible, su
continuidad en el paisaje y la cercanía de las viviendas”, señaló Franzese en relación a los
incendios recientes.
En resumen, el punto de partida y las condiciones de contexto son las que determinarán las
características del fuego y su peligrosidad. Al tratarse de un problema que comprende
distintos ambientes –reservas de la biósfera, plantaciones antiguas y activas, y nuevos brazos
urbanos- las respuestas también deben incluir a todos los actores.
“Hay que apuntar a la consciencia colectiva y a monitorear las condiciones previas del terreno.
Esto debe ser una iniciativa desde los municipios, en la que la sociedad no debe estar exenta
en la toma de decisiones”, precisó Franzese, y ambas investigadoras coincidieron en que, de
esa manera, se podría encontrar la respuesta más asertiva a cada contexto en función de la
escala y las posibilidades técnicas y económicas disponibles.
En principio, ante un contexto de avance demográfico, de cambios en el uso de suelo y de
cambio ambiental, tres facetas claves en la ocurrencia y propagación de fuegos, lo que impera
es retomar la planificación urbana: hacia dónde y de qué maneras crecerán los pueblos y
ciudades, y cómo será ese diálogo con el entorno.
En segundo lugar, apuntan a reducir la biomasa inflamable, y hacer una disposición segura de
los desechos de poda y limpieza, tal vez, mediante su aprovechamiento para calefacción.
Por otro lado, hacer cumplir buenas prácticas productivas, que incluyan desmalezamiento,
limitación de la cantidad de ejemplares por parcela y utilización de cortafuegos. Y, por último,
las investigadoras hacen hincapié en la regeneración activa del bosque nativo y de las
diversas especies que componen su trama.
A nivel local, las poblaciones son conscientes de la degradación ambiental que producen las
invasiones de pinos, pero, según las investigadoras, todavía falta una mayor divulgación hacia
afuera para que no se dé este efecto de “homogeneización biocultural”: percibir como natural
un paisaje que fue construido. “Creemos que falta un trabajo de la educación ambiental para
poder proteger el territorio”, concluyeron.
Carolina Vespasiano (Agencia CTyS-UNLaM)