Con emotivas palabras el Dr. Raùl Schneider despide a quien fuera Director por muchos años del Sanatorio Adventista , el Dr. Pedro Daniel Tabuenca:
«EL DECESO DE UN GIGANTE»
«Hoy nos envuelve un manto de tristeza porque ha muerto un prohombre. El doctor Pedro Daniel Tabuenca ha ido al descanso después de una larga vida entregada totalmente al servicio de Dios en el área de la salud.
Para nosotros seguirá siendo Pedrito, el hijo de Pedro Tabuenca, un inmigrante español, aragonés, que llegó a América con la firme determinación de instruirse pues era analfabeto. De esa raíz resistente brotó Pedrito, nuestro maestro de cirugía. Como su padre, lleno de sueños, poseedor de una resiliencia a toda prueba y con altos ideales.
Tuvo el privilegio de vivir momentos claves en el desarrollo de las instituciones de nuestra localidad. En los años de la década de los 50 formó parte de los profesionales jóvenes que se incorporaron al Sanatorio Adventista del Plata, trayendo la ciencia que floreció luego de la Segunda Guerra Mundial, más adelante fue Director Médico por muchos años y finalmente, con la creación de la Universidad Adventista del Plata fue nombrado primer rector de la Facultad de Medicina.
Muchos admiramos su personalidad capaz de impactar tanto a colegas como a pacientes por el amor que irradiaba. No era perfecto, pero estaba cerca. Como buen español era firme en sus convicciones y era difícil torcerle el brazo. Sus alumnos más de una vez lo enfrentamos con argumentos. Sin embargo, eran discusiones en calma y teníamos la seguridad de que terminado el conflicto todo volvía a ser como antes. Era un alma tan espiritual que no albergaba rencor.
De alguna forma pudo inyectar en nosotros, sus discípulos, el ideal de un servicio desinteresado en favor de los pacientes. No enseñaba la ciencia médica, sino el “arte de curar”. Quienes tuvimos el privilegio de observarlo en las rondas médicas no podemos olvidar la mirada de sus ojos azules enfocados sobre el paciente al tiempo que, tomando sus manos, le impartía palabras de esperanza. Con él aprendimos que era necesario tratar el cuerpo, pero mucho más el alma, ese lugar de nuestra mente donde la culpa y el remordimiento originan las mayores enfermedades.
¡Tantos recuerdos vienen a mi mente! ¡Hay tantas facetas de su vida para destacar! Su habilidad manual, su destreza quirúrgica, su talento para transmitir conocimientos, su capacidad de trabajo donde el día de labor era de doce horas o más. Las generaciones más jóvenes apenas podíamos seguir su ritmo.
A mí personalmente lo que más me impactó fue su comprensión del alma humana y su capacidad para entusiasmar a otros para llevar a cabo proyectos. Esa certeza lo llevó a crear al Escuela de Recuperación de Toxicomanías para ayudar y rehabilitar a tantos, una tarea agregada a su recargada agenda. Una actividad que realizaba en su tiempo libre del fin de semana incorporando colegas, capellanes y pastores a esa iniciativa.
Y cuando en los 90 se creó la Facultad de Medicina supo entusiasmarnos a todos para que nos convirtamos en los profesores del proyecto al que dedicó su proverbial energía a una edad cuando muchos ya están retirados.
Posiblemente ninguna acción suya supo reflejarlo más que su campaña para conseguir cuerpos para ser disecados por los estudiantes de medicina. Convenció a los ancianos de Libertador a realizar un último servicio a la humanidad mediante la donación de sus cuerpos al fallecer. Y como no podía ser menos él se anotó entre los primeros de la lista.
Desde su juventud fue un estudioso de las Sagradas Escrituras en las que basó su filosofía de espiritualidad y salud. Ideas que impartió desde el púlpito de la iglesia y también en los congresos con sus colegas rectores y profesores de las facultades de medicina del país. La Sagrada Palabra tomaba una dimensión vital cuando brotaba de sus labios.
Una vez nos contó que, durante su entrenamiento como cirujano, el jefe le pedía que repitiera para todos el versículo bíblico que había memorizado para ese día.
La última vez que lo visité, ya limitado por afecciones propias de la edad, estaba sentado en la mesa de la sala leyendo una Biblia con letras bien grandes; su energía disminuida, su estabilidad y marcha afectadas, pero su sonrisa y sus ojos vivaces como siempre.
Su querida Yeni, la mujer a la que amó desde su juventud lo precedió al descanso, siendo ella también un ser especial y espiritual que supo impartir a otros lo que habían captado en el estudio de la Palabra. Ambos dedicaron al Sanatorio Adventista del Plata sus mejores años y energías, siendo ella la instrumentista capaz de calmarlo en el fragor de la cirugía.
Vivió una larga y fructífera vida creciendo en la fe, renovando el hombre interior como dice el apóstol Pablo. Su gran energía fue disminuyendo en sus últimos años hasta apagarse tan mansamente como había vivido.
“Considera al íntegro y mira al justo: que la postrimería de cada uno de ellos es paz” Salmo 37:37.» Dr. Raùl Schneider.